viernes, 9 de mayo de 2014

XXIV



La corona líquida
(o los placeres artificiales)

Todos vimos su corazón comprimirse en hebras de vómito azul,
lo vimos todos en el reflejo de sus ojos,
vimos el nervio crudo que se le asomaba entre los cabellos
de ese hombre de barro
que abandonó su burda forma humana
gritando -¡soy un milagro de la naturaleza!
¡soy un milagro de la naturaleza!-.
Quebró su alma secreta al unísono que sus cuerdas vocales se retorcían,
desgarraban su garganta
con un inocente color purpúreo.
¿Cuándo fue que asfixiaron las ideas?
¿Cuándo se dinamitó la Anarquía?
¿Qué pasó con mi clorofila?
perfora la multitud en los ojos de tu volátil rosa,
corteza pura,
que con sus adorables convulsiones celestes
moldea tu cuerpo para un abrazo.
Un momento eterno,
que tu corazón al ritmo de mil bombas atómicas
sabrá recordar, inerte,
como un hermoso juego de flamencos.
No sería raro ver la sonrisa secreta, prolija,
arrastrar su sombra en ese incendio enternecedor
de pequeñas iluminaciones
que en el filo de este lujoso, necesario e inútil monumento al Amor
trenzará los cuerpos de las cuevas indómitas de tu sangriento corazón.
Que sabrá recordar,                                       
a esa mujer desdichada,                                      
y amante.       

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