La
corona líquida
(o los
placeres artificiales)
Todos
vimos su corazón comprimirse en hebras de vómito azul,
lo
vimos todos en el reflejo de sus ojos,
vimos
el nervio crudo que se le asomaba entre los cabellos
de ese
hombre de barro
que
abandonó su burda forma humana
gritando
-¡soy un milagro de la naturaleza!
¡soy un
milagro de la naturaleza!-.
Quebró
su alma secreta al unísono que sus cuerdas vocales se retorcían,
desgarraban
su garganta
con un
inocente color purpúreo.
¿Cuándo
fue que asfixiaron las ideas?
¿Cuándo
se dinamitó la Anarquía?
¿Qué
pasó con mi clorofila?
…
perfora
la multitud en los ojos de tu volátil rosa,
corteza
pura,
que con
sus adorables convulsiones celestes
moldea
tu cuerpo para un abrazo.
Un
momento eterno,
que tu
corazón al ritmo de mil bombas atómicas
sabrá
recordar, inerte,
como un
hermoso juego de flamencos.
No
sería raro ver la sonrisa secreta, prolija,
arrastrar
su sombra en ese incendio enternecedor
de
pequeñas iluminaciones
que en
el filo de este lujoso, necesario e inútil monumento al Amor
trenzará
los cuerpos de las cuevas indómitas de tu sangriento corazón.
Que
sabrá recordar,
a esa
mujer desdichada,
y
amante.
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