La liberté d' expression.
El signo absoluto nos invoca la disputa interminable del lenguaje preciso, del respeto innegable al que se aferra el hombre, por la falsa ilusión de creer que las cosas siguen una línea consiente y manipulable. El exilón de la vida, resumido a dos sílabas, clasificadas por cierre o sin él, envuelto en burocracia.
El creer saber algo contraponiéndose al adivinarlo todo. Y luego las falsas horas perdidas, la exactitud de la lengua empleada, una autoridad permanente, castigo, antilibertad.
Un acento correcto, la coma empleada por nuestro colonos españoles, el sometimiento preciso y planeado, para dominar la raza. La reina virgen y mentirosa, los letrados reales de tres y cuatro siglas.
Ideales de un mundo en llamas, consumido por la ley, con voceros palabreros, con marcas, con sellos.
El error imperdonable, la burocracia repetida, los burgueses todos. Nosotros, los demás, ellos. Con la expresión en el alma y, los ojos en el bolsillo, aquí estamos, sumisos, en la autoridad de la vida. Nuestro signo no alcanza, la palabra enmudece por la memoria enferma, de muchos años atrás.
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Créme de l'air.
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