sábado, 3 de mayo de 2014

FIAMBRE LOCO

Despertar otra vez en un nuevo amanecer: necesaria luz, que no quiero. Cepillar los dientes y mirar una vez más mi rostro en un espejo pequeño. Vestir el único traje que encuentre. Prender el auto y salir a buscar los fiambres del día.
Transito lentamente: mutilando la paciencia del que llega tarde, y encolerizando al apurado de siempre. Transporto la prueba de su banalidad, y le tocan bocina.
Así transcurren mis días: cargando cajones, viendo a la gente actuar, o quebrarse. Me muevo lento, a veces quizás no tanto; pero siempre llego.
Hoy es solo una jornada más, fractal de mi existir. Quizás cuando termine compre unas empanadas de carne. O mejor no; de jamón y queso. Y para apagar la irracionalidad agobiante, una buena botella de “Refracto Cerebral” no vendría mal. Sin embargo, antes que nada, debo devolver el libro. Sí, eso. No debo olvidarme de de devolver el libro. No pensé que su lectura fuese tan difícil. Solo un par de entregas más, con alguna extra quizás, y me voy.
A este debo llevarlo al cementerio de la Habitación 3002: son solo un par de kilómetros. Por suerte, en la ruta no hay tanto tráfico. Voy a meterle pata. Espero que al fiambre no le joda que ponga un poco de heavy. ¡Báh! Por lo que debe escuchar ahí adentro…
Ya de acá veo el paredón del cementerio. Poco a poco, en un horizonte que se bifurca, se forman los contornos de las primeras cruces. Los lunares limón amarillento que las cubren se distinguen con claridad. Los seres queridos del fiambre, con la misma corona que les compran a todos, esperan la carroza en la puerta.
Estaciono.
Un hombre de mediana edad, alto y de mirada ojerosa, se acerca al coche. Bajo. El tipo de mira de arriba abajo. Espantado, retrocede. Me vuelve a mirar. La gente que está alrededor se alborota: algunos corren y gritan; otros lloran y se alejan. Una abuela, valiéndose de un bastón de caramelo, lucha con el peso de las décadas y se acerca hacia mí, suplicando un abrazo.
El hombre que me recibió me insulta. No oigo lo que dice, aun no se ha atrevido a acercarse. Solo sé que me putea. Detrás de él, una mujer con un  vestido rojo bermellón nos mira con asombro y pánico a la vez. Sostiene una gran corona de flores, con la foto de un chabón. Lo observo con atención. Es el fiambre.
Un flaco abre el baúl y saca con desesperación el cajón. Como es del merengue barato, el impacto contra el cordón lo rompe con facilidad. Aun nadie de los que queda a mi alrededor se atreve a acercarse. La abuelita ya casi llega. Doy unos pasos y me acerco al féretro.
Observo el cuerpo con atención.
Ese ser pálido e inerte me es familiar.
Me acerco un poco más.

Soy yo.

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