miércoles, 30 de abril de 2014

EL VIAJE

Sol de noche
ilumina el aroma,
se desvanece,
se evapora.
Invade el aire,
llena los vacíos
me colma el alma
mi sangre
mis órganos,
mis penumbras,
el espíritu.
Asesina al ser alguien,
justifica la nada,
la vida
cobra sentido,
por el simple hecho,
de no tenerlo.
Verdes túneles multicolores
se suspenden,
se escapa el sentido
la razón flota inerte,
mueren la entropías.
Burlo al mundo,
cadenas elásticas,
brillantes iluminados
ensombresedora luz
de codicia cegante.
Soberbio,
los contemplo:
¡Espectros!
polvos de moral
se deshacen, inalcanzables.
Desciendo,
alturas de la existencia,
las imágenes me atraviesan
por la oquedad infinita.
Ya el ruido no perturba mis oídos
ya la luz atómica fue vencida por mis ojos
la conciencia gira,
se ahoga en vacios tallados.
Los sentidos se deshacen,
dedos que se desarman,
los dientes despiden arena.
la borrosa mirada
se ensucia poco a poco
oscuridad.
Último rastro de razón
me desvanezco
angustiosa caída
tedioso viaje a las sombras
remolinos universales
agujero negro de la naturaleza.
Me derrito
se me desintegra el ser
caigo.
Arco iris de la noche
refracto de la esencia
se estalla en mi
y en el estruendo
un sol de noche.



domingo, 20 de abril de 2014

ARENA.

*Eugenia López.


A la foto en blanco y negro, la mano del artista agrega el rojo con

un pincel.

                                                68

El hombre, la vía y el tren.

*Se recomienda leer este relato escuchando alguna melodía de Fréderic Chopin.

Él había visto la foto de un hombre y un piano en las vías del tren, podía imaginar lo que sentía, como las notas musicales penetraban en su alma, era puro y real. No mentíamos con aquello. Cuando desapareció aquella mañana yo sabía dónde se encontraba, no lo dude, sólo mire el libro de tela que me había prestado y supe que él estaba allí, en aquella vía, buscando respuesta y tal vez paz eterna. No había nada de malo en ir allá, en invadirlo, él era demasiado importante para mí y eso llegaba a asustarme. Era mi padre, aunque la ley de la vida me lo negara, yo podía elegir que él lo fuera y estaba feliz por eso. No era mi padre, pero deseaba que lo fuera. No pensé anteriormente las palabras en mi mente. Tome el libro y lo supe. Salí de allí y una melodía me asusto, incluso lastimo mi tímpano. Por eso la seguí, respire de ella lo más que pude. Y ahí estaba él, de traje y bien peinado como siempre, su melena larga y algo canosa se movía con la pequeña brisa de viento que hacia chispar la juventud de sus ojos, verdes y cansados, remojados, con la esperanza de volver a sentir. El piano se encontraba allí, en medio de la vía. Él tocaba con tranquilad, y sonreía, como si cada partitura que sus dedos devoraban era una magnífica obra que ventilaba los más maravillosos y dolorosos recuerdos que un hombre como él podía tener. Era magia para mí. Entonces un momento volvió. Lo hermoso del escenario, las luces, la gente, los aplausos, los nervios, y las lágrimas. En verdad había arruinado una de las artes más hermosas al no disfrutarlas. La frustración de la bailarina, pero yo la empeoraba aún más. Y era tan hermoso cuando sucedía, cuando la mágica luz reflejaba una parte de tu rostro, ahí todo se olvidaba, incluso uno mismo, incluso quien eras; como un pájaro solitario que baila, vuela y se desploma, y se pasa la vida bailando, la vida toda, la vida vuela, la vuevida, la música y el piano. Y no quise incrustar más momentos a ese momento, porque él estaba tocando y la música no dejaba escuchar el tren. Pero no importaba, porque era una imagen sin final,  las palabras fluían de sus dedos cansados, y las lágrimas eran la mejor tinta para escribir las notas musicales, el sol menor y fa mayor no eran nada, porque él era todo, y yo jamás podía llegar a decírselo, advertirle que quería que siguiera conmigo. No quería que me abandonara. Pero poco a poco lo hacía, y yo sabía que recordaba. Su familia, su casa, el fuego. Ojalá fuera más fácil para nosotros. Nunca quisimos quemar nada realmente, todo fue un accidente. Pero nadie cree en la palabra de un pirómano, nadie piensa como piensan los que saben que no querían, que no debían, que no podían, porque lo importante era eso tan simple, y quizás, lo más difícil de descubrir. La simpleza de la vida. Esa que no tiene nada que ver con el fuego. Pero que no puede evitarse, porque es realmente necesario ver arder los recuerdos. Entonces después de todo eso sólo queda la más larga sinfonía, esa de fuego, tierra y marfil. Esa que nadie se atreve a tocar porque conocen su final. Y él quería ese final. Por eso se tomó la molestia de llevar su piano hasta esa vía, por eso se vistió de traje y sonreía. Por eso me dio el libro. Absoluta eternidad, vacío, soledad. Música. Yo podía escuchar mejor sus pensamientos mediante la música que sin ella. Y no vi el tren, pero allí venia. Y yo corrí, pero no podía gritarle, él no me escuchaba ya. Pero sí me miro, y sonrió con sinceridad, luego subió la vista al cielo y comenzó a reír y a llorar al mismo tiempo; yo sabía que era porque no podía amar tanto la música como amaba el fuego. Luego cerró los ojos y siguió tocando. Yo también los cerré, porque la música me consumía lentamente, y quería ser capaz de ver lo que él veía. Y lo hice. Segundos después escuche el impacto. En el miedo de abrir los ojos podía jurar que la música seguía sonando, pero sólo en mi mente. Y los abrí. Los papeles volaban en el aire impulsados por un deseo de libertad, y el tren destruía todo lo bueno en mí, en él, en esa vía. Y comprendí que no es posible salvar a los que son consumidos por el fuego. Pero el libro seguía en mi mano, y eso era más que suficiente, porque entendí que no deseaba despedirse, no podía hacerlo. Por eso murió de la forma más increíble, respirando música. Mire el hermoso cielo, mientras mis ojos se remojaban. Nada se podía comparar con aquel cielo. Le di las gracias, y seguí escuchando esa melodía en mi mente hasta que el fuego se apagó, y esas notas musicales ya eran mías para siempre, al igual que su recuerdo. Su cielo de fuego.


                                                                                                                    -Créme de l'air.

Elementales seres.



De nuevo de la mano con las viejas explicaciones dando vueltas por la cabeza de la puta desgracia y mirando si ir para el mismo lado termina siendo lo que una vez pensaría que no era. No caminás, no camines con la bronca que te da vuelta y te va diciendo: "no sabés", ese que se le escapó cuando justamente sabías que no pero después sí ¿no?

No se encuentran otras cosas más que querer dar letra a todo lo que ya se sabe que uno no sabe de antemano. Entonces, de nuevo, ¿para qué? También se cansa de querer buscar lo ajeno para querer meterlo encima de lo de él, tapando cosas que están al aire y a la luz (ni hablar cuando todo está apagado, es lo mismo, o peor).

Conoce cosas nuevas para sentirse libre sabiendo que es la propia libertad, la persona misma, la que depende de su libertad y de la de nadie más. Siendo tantas las libertades no necesito buscarlas, ya la tiene ahí, lo forma, esta ahí, guardada o volando, la usa, la encasilla, la reparte, la comparte, la posee.

Escribiendo así no es como se sienten libres ni felices, porque todos son eso siempre, sólo tienen que elegir cuando quieren y cuando no. Entonces, escribiendo así, sin saber lo que decir, ni dónde, ni cómo, ni cuando, pero sabiendo lo que uno es, es como uno puede ser.

El que busca un sentido a la cosa es que no va a poder ser, nunca va a poder. Es por esto que muy seguido yo no soy, y ustedes lo saben.

Sniffert.

Transposicion

TRANSPOSICIÓN
Nos arrastra con fuerza hacia la orilla, damos vueltas y chocamos contra la arena. Entre carcajadas nos levantamos y corremos hacia donde se forman las olas más grandes que nuevamente nos abrazan: nos envuelven en su torbellino imparable. Puedo sentir mi cuerpo girar al compas de ese bucle estruendoso, donde es inútil resistir.
Mi hermano me agarra y otra vez nos zambullimos. Empiezo a nadar, lo arrastro conmigo, sujeto a mi espalda. Esperamos.
El agua me llega hasta la cintura y a él casi hasta el cuello. Me adelanto un poco más, con el fin de abalanzarme sobre él cuando la ola llegue.  Observo. A lo lejos comienza a asomarse una que promete ser enorme: me preparo. Me doy vuelta para decirle a mi hermano, pero no lo veo. Miro en todas direcciones, no está. Retrocedo, lo llamo, avanzo nuevamente, grito. Solo el rugir de un viento cálido y salado responde mi llamado. Me sumerjo y nado un par de metros. Abro los ojos: todo esta espeso, nubes de arena me ciegan. Algo me agarra de los tobillos y comienza tirarme hacia abajo: era él. Intento ponerme de pie pero no puedo; en vez de eso nos hundimos cada vez más. Habíamos caído en un pozo.
 Está aterrado: me sujeta con fuerza y no me deja mover las piernas. No puedo nadar, la corriente nos lleva aun más profundo.  Intenta treparse por mi cuerpo, pero me hunde aun más y más. Comienzo a desesperarme; mis brazos no dan abasto,  la boca se me llena de agua y  no tengo más aire. Sigue llevándome hacia el fondo. Siento mi mente oscurecerse. Comienzo a retorcer mis pies intentando zafarme de él pero no puedo: se aferra aun más. El pánico me domina, ya no logro dominarme. Con todas mis fuerzas muevo mis piernas, las retuerzo, lo empujo. Ya sumido en una total perdida de razón, logro soltarme y le doy una terrible patada en la frente. Él cede; siento como las manos que antes me aprisionaban se debilitan: pierde el conocimiento, me libera. Comienzo a nadar, siento todo mi ser ahogarse en sí mismo. Antes de desvanecerme siento una brisa en la cara, una gran bocanada de aire recorre mis venas.  Abro los ojos, una gran ola me impacta en el rostro.

Despierto. El corazón parece salir de mi pecho. Estoy empapado en sudor y sumamente alterado. Intento calmarme. Tomo un vaso de agua y voy a la pieza de mi hermano: aun tengo en la mente su imagen ahogándose. Entro despacio, lo toco: está completamente mojado y frio. Prendo la luz. No respira: está blanco, con un terrible golpe en la frente. 

Entelequia

ENTELEQUIA
El humo se mezcla con las estrellas,
densa niebla me invade.
La tranquilidad me agobia,
hastío de sentidos.
Desciendo hacia mí,
escalera interminable
de reluciente oscuridad,
 pequeños soles en la noche.
 Reboza la armonía,
me brota el equilibrio,
la suave equidad
con el mundo inasible.
Punto perfecto de reunión,
donde pertenecen la plantas,
donde nacen los paraísos.
Me transporto a los confines

de la paz.

Flaneur

FLANEUR.
Lunas del día,
estrellas de la claridad,
Andante de la oscuridad.

Las flores se convierten en polvo,
los soles brillan de luto.
Hojas tediosas se sumergen en el vacío.
Las gotas caen suaves, melancólicas.
Lágrimas ennegrecidas se evaporan:
tedio de los días pasados,
glorias calladas,
hazañas perdidas,
honores enterrados.
Nada es percibido.
La gris soledad todo lo cubre,
las palabras se disuelven,
 los oídos son aislados,
las mentiras florecen,
lo agresivo se viste de amor.
Las esperanzas mueren prematuras,
las ilusiones asesinas alimentan,
engañan  la existencia.

Ya solo veo noches perpetuas,
lámparas que se extinguen,
Amores que dan la espalda.

Camino por lóbregas sendas,
cargo amores profundos,
tristezas punzantes me asesinan,
dagas hirientes,
mas no mortales.

Me sumerjo en los abismos,
Lúgubres sombras me abrigan,
Me dan refugio.

Ya no soy,
no existo en mí,

no siento.

Correspondencia

CORRESPONDENCIA
Otro tedioso día de escuela: con fiaca todo tiempo y las descalificaciones… ¡Descalificaciones, JÁ! ¡Que linda palabra le pusieron esos giles a “no te estás integrando a la norma”, forros portadores de la careta capitalista! ¡Calificar pibes! ¡Clasificar seres humanos según su grado de obediencia e inteligencia sometida! ¡¿De qué se la dan?! ¡Lindo trabajo tienen! Lo único copado es caminar hasta casa escuchando heavy. Esas guitarras rabiosas, los bajos oscuros y los mismos tambores del infierno como base me complacen. Encontrar tanta belleza en aquello que llaman ruidoso, grosero y anti-norma me hace volar, me transporta a mi mundo inconsciente. Te permite observar y sentir los griteríos de las calles deterioradas por la abundancia y el sometimiento desde una perspectiva de arte puro. Un porro en el camino tampoco viene mal, ¿o no?

Camino lento, observando tranqui las plantas del parque. Troncos pálidos de entes que se elevan como cuellos de jirafas*. Una tapa de hojas marmoladas que se unen en su ataque al sol me observa elevada. Una enredadera que forma un muro espeso: una especie de hierbajos que se abrazan en un túnel de bucles oscuros, cuyo fondo impenetrable no permite ver más allá de las sombras púrpuras, reflejos de la negrura. Agujeros hilados que giran adoptando formas. Los pastos cenicientos convergen en un abismo que se hunde, forman contornos. Algo parece atravesar ese infinito: dos puntos mármoles se acercan desde el fondo de lo inasible a toda velocidad, lentamente inalcanzables. Ambos brillos descubren a su paso, los bordes de la nada. La luz me atrapa, llena de paz mis entrañas, me presenta al ingenio. Contemplo la existencia utópica. 

Deliratio Insecti

DELIRATIO INSECTI
Avanzo. Bocinazo. Semáforo frenada bocinazo. Avanzo. Se repite la secuencia doce meses, trescientos sesenta y cinco días. Dos semanas de vacaciones. Dos años de fracaso y abstinencia sexual. Vida ordinaria.
En la oficina me recibe la recepcionista Catherine, con su casi efímera mini falda y el sostén dos tallas menor. Pienso mil formas distintas de arrojarla contra la cama y desnudarla. Soñar no cuesta rechazos. “Soñar no cuesta nada”, amo esa frase. Algunos compañeros entran conmigo, me saludan con el forzado y clásico “Hola, ¿todo bien?”, como si les importara realmente. Hipócritas.
La jornada comienza con el llamado del modélico cliente idiota que quiere comprar el tonificador abdominal; seguro deseará tener el cuerpo que vende el photoshop. Otro que cree en la felicidad del mercado para no pensar en el sin sentido de su existencia. Irritante.
Paso el pedido. Me duele la panza. En el box de al lado se escucha la canción pegadiza y cursi del momento. Formato ya demasiado conocido: voces bonitas cantando sobre los mismos simples y escasos acordes de otras cien canciones que lideraron los rankings por hacerte creer que el amor cae de un cielo azul en raciones iguales para todos. A pocos metros, por los pasillos, se escuchan los tacos de la gerente, controlando. Hecha una ligera mirada a mi habitáculo y continua. La chica del box de enfrente la mira de reojo, la observa hasta que se aleja y ya no puede verla, luego vuelve a su trabajo. Conozco esa mirada, lo que se oculta más allá de esos ojos, ese sentimiento que el sistema alimenta desde que nacemos: lo intrínseco del ser humano, de la existencia: la codicia. La chica desea llevar esos tacos que imprimen temor y respeto como un niño desea la hamburguesa gigante con papas de los carteles. Moldean nuestra conducta trabajando con lo que es nuestra propia naturaleza: la codicia. La atrapan, la alimentan, la educan y la seducen; sin prisa y sin pausa, toda la vida.  Solo sé que recién atendí el primer llamado estúpido de una serie de llamados estúpidos de gente estúpida que me retendrán aquí durante toda una jornada mientras hago un gran esfuerzo por interpretar mi papel en esta película. Todo a mi alrededor es una película. Vivimos en un perfecto estudio de grabación donde cada uno es el papel que le toca. Nadie es, nadie puede ser autentico, porque todos somos codiciosos. Nos obligan a seguir el guion de esta superproducción llamada sociedad de consumo. Aquellos que sueñan con sociedades entelequias, de igualdad, paz y amor. Aquellos que sueñan con la caída del sistema ya se darán cuenta, como yo lo hice, que todo es inútil porque siempre habrá codicia, porque somos actores que siguen un libreto. Nadie está exento de él. Todo está escrito: como ser un buen hijo, un buen estudiante, un buen empleado, en que creer y en que no. Qué decir al saludarnos, cómo sonreír,  qué sentir, qué reacción se espera si alguien nace, enferma o muere. Todos somos estándar: hacen que codiciemos lo mismo, lo que nos venden como imagen de vida ideal, feliz y vacía. Hasta el que dice ser rebelde tiene escrito en su guión cómo es la imagen de un rebelde: hasta eso esta normalizado. Porque eso es en lo que nos convertimos: en normas. Somos “gente normal”. ¿Qué es ser normal? Ser codicioso, con todo lo que ello implica. Se vuelven a escuchar los tacos que se acercan, el dolor de estomago sigue. Deseo terriblemente llegar a mi casa, prender un faso y escuchar jazz o metal, todavía no me decido, y leer o escribir poesía, quizá. Al fin de cuentas, lo único que nos saca la máscara es el arte. Nuestros sentimientos, nuestra imaginación, nuestro mundo interior, personal, es lo único que todavía no pudieron controlar en su totalidad, aunque dudo que dure mucho más.  En fin, va a ser un largo día y además me está agarrando acidez. La lengua me arde. Tanta vulgaridad hizo que el desayuno no me haya caído bien, para colmo.
Atiendo otros dos llamados. Aumenta el malestar. Es como si la lava de un volcán subiera por mi esófago sin lograr salir. Mi lengua parece quemarse. Tomo un vaso de agua mientras la maquinita me hace un café.  Vuelvo al box, siguen entrando las llamadas, sin cesar. Constantes a mí alrededor los teléfonos suenan. Atiendo. Me cuesta hablar, articular las palabras, ser un buen actor. La lengua me pesa, siento que es más grande, y hasta tengo la sensación de que crece. Me relajo, al menos lo intento. Respiro y tomo un sorbo de café caliente. ¡Error! Algo recorre mis nervios, me paraliza por completo. Ya no puedo mover un musculo, ni siquiera emitir sonidos. La lengua, al sentir la sustancia caliente, reacciona bruscamente. Por propia voluntad se me retuerce como una lombriz expuesta al sol. Se vuelva hacia atrás, luego hacia adelante, se sacude e impacta contra las paredes de mi boca una y otra vez. El idiota de al lado sigue con su música cursi. Nada puedo hacer para salir de la parálisis. La acidez es cada vez peor, algo espeso se amontona en mi estomago. Empuja. Algo dentro mío busca liberarse. Siguen entrando las llamadas. Ya no es mi lengua. Ya no es una lengua. Sea lo que sea, no se detiene, crece a cada instante. Asoma poco a poco por mis labios. Sigue retorciéndose, choca contra mis dientes. Alguien vino a ver a la chica del box de enfrente, no es la gerente. Algo duro, como una coraza seccionada en placas, al estilo de las armaduras romanas, la recubre. Pequeñas espinas salen de los costados, puedo sentir como raspan mi paladar. Sigue creciendo. Puedo ver a la cosa salir de mi boca. El de al lado paró la música y atiende una llamada. Las espinas resultaron ser patas de insecto: inquietas y veloces. Dos de ellas, ubicadas en la parte delantera, crecen aun mas que el resto; se mueven lenta y constantemente, como husmeando todo alrededor. Antenas, sin lugar a dudas.  Voces y teléfonos suenan sin parar. Observo como el insecto termina de formarse dentro de mi boca. Se sacude con violencia, retorciéndose. Algo se quiebra dentro de mí con un crujido, el bicho sale. Ya no tengo lengua, ya no existe. Sigo paralizado. El ciempiés gigante camina por mi camisa, sube al escritorio y se posa sobre el teclado. Clava en mí esos dos puntos negros, diminutos, sin fondo. Vuelve a sonar la música.
Despierto. Aun es de noche, oigo los grillos cantar. Permanezco inmóvil; escucho, huelo, siento el suelo bajo mis pies. Mi cuerpo aun esta tenso, alerta. Poco a poco me tranquilizo, todo volvió a la normalidad. Nada resulto ser verdad. Por un momento creí no regresar jamás de aquel mundo extraño, con seres extraños que compran “tonificadores abdominales”. Salgo, la noche aun es joven. ¡Qué reconfortante es, volver a ser un ciempiés!


Arte Vida
Cuando logres superar
aquél muro tajante del prejuicio.

Cuando atravieses los bosques turbios y hostiles del ruido,
hasta que los gritos
se conviertan en melodías Inmortales:
notas marchitas que te iluminan
en su vuelo desvaneciente.

Aferrado,
cuando hayas volado,
te arrojes a los oscuros abismos
de un cielo estrellado,
descubriendo Sombras luminosas
en el fondo de profundidades lóbregas.
Fervientes guardias las admiran,
incomprendidos,
 las adoran.

Cuando hayas sentido
el sentido de tu existencia
reflejado en aquellas Sombras como brillantes,
que te alumbran con su belleza,
su magia, su misterio.
Sensación de descubrir
aquél punto ilusorio
 donde mora el acuerdo,
 el precioso equilibrio,
la armonía.
Perfecto Arte borroso,
enigmático,
oculto.


Cuando lo hayas experimentado,
sabrás entonces que eso,

es Heavy Metal.
EL ULTIMO ESLABON
Llega. La imagen del piano de su madre sosteniendo un metrónomo antiguo la recibe. Deja sus llaves arriba de la mesa que está delante de la ventana que vigila la calle. Despliega la puerta plegadiza y pasa al living-comedor donde la espera su madre: siempre con cara de cansancio, de pie, y con una mano apoyada en la mesa, dejando ver tras de sí la tele prendida en algún canal, observada por un juego de sillones vacíos y recubiertos. Pasa bajo una pequeña arcada que contiene un corto pasaje, a cuya derecha se encuentra una apretada cocina. Los platos del mediodía la están esperando: ella los lava lentamente, uno por uno. Deja los cubiertos en un recipiente con agua: cuando termine con el sartén los lavará a todos de una vez.
Sirve café, un poco de leche y pone la taza dos minutos en el microondas. Para cuando suene el ¡tin! ya tendrá listo su pan de salvado con queso light, rociado con una combinación de pequeñas semillas que tanto le gustan. Cuatro paredes detrás suena el piano de su madre. Nunca le presta atención. Ya con su merienda lista, se dirige a su pieza: atraviesa nuevamente el living-comedor, esta vez en dirección opuesta, donde instantáneamente percibe la cara sonriente de su sticker de “Yo estuve en Bariloche 3536”, pegado en el vidrio de su puerta. Una pila de fotocopias la espera en su cuarto, junto con tres o cuatro pares de almohadones: algunos cuadrados, grandes, medianos, con forma de corazón o de luna. Algunos decoran su cama (casi siempre perfectamente estirada), otros yacen esparcidos por su alfombra gris, junto con zapatos, zapatillas y medias que ha usado hace uno o dos días. Su mamá seguro la retará cuando termine de tocar.
Quizás tome un baño por la tarde antes de cenar, o lo hará a la mañana siguiente antes de ir a la facultad. El agua correteará por su piel blanca, se escurrirá por sus labios: carnoso el de abajo y más fino el de arriba, ambos forman una boca pequeña en perfecta armonía con su nariz respingada y sus ojos grandes, marrones, de mirada viva, transparente e infantil. Enjabonará sus pechos que tomarán la forma de colinas nevadas en un invierno primaveral. Los pezones, pequeños y rosados, son suavemente acariciados por la espuma; seguidos por sus muslos grandes, firmes y pálidos. Algunos pelos finos de corte carreé, yacen en la bañera.
Un jogging viejo, soquetes, una tanga rosa, una remera desteñida y un saquito de tela conforman su piyama. Cepilla sus dientes: grandes, blancos y disciplinados. Toma diez o veinte globulitos vitamínicos recetados por el homeópata. Arroja los almohadones al piso, se pone sus aparatos para dormir, se refugia en sus sábanas y quizás halle el sueño rápidamente, luego de repasar su día de duro ensayo, y la lista de cosas que hará al día siguiente: los castings, obras y eventos a los que le gustaría asistir si su mamá no se opone. Todo esto si en medio de la noche no la sorprende un calambre en la pierna que la haga gritar y llorar llamando a su madre, que rara vez la escucha debido a los paneles de goma espuma acustizante que recubren la puerta de su cuarto.
Otra posibilidad es que se quede toda la noche estudiando o haciendo tareas atrasadas, sin imaginar jamás que alguien está imaginando todo esto: alguien que está recordando todos los aspectos de su vida, que la amó con locura, y que retiene cada detalle. Alguien que se encuentra muy dentro de Zus abismos. Alguien que ahora está en la zona Amarilla de la ciudad Verde: alguien que solo a nimios metros de distancia observa a través de su puerta.  Que bajo un sol apagadizo respira profundo, para luego aterrizar en una melancólica exhalación. Alguien que ha roto sus cadenas ciudadanas y sociales: las que te atan a lo humano para evitar que asciendas al plano prohibido, que ha sido apropiado ilusoriamente, y que te permite ser un dios. Porque yo soy un dios. El revólver que sostiene mi mano me lo permite: porque creemos en seres superiores hasta que nos convertimos en uno. Yo soy el guardián entre el ser y la nada. Yo controlo quien vive y quién no. Yo soy el último escalón de la cadena alimenticia: solo la soledad me rodea, porque yo, estoy por encima de todo. Yo, controlo la existencia. Yo, soy el que está decidiendo si entrar por su puerta y someterla: tapar su boca y besarla con furia; arrancar su ropa y convertirla en harapos. Agarrar sus tetas y morder sus labios, mientras una mano le hurta placer, para luego enterrarnos y fundirnos en fluido.  Yo soy el que decido si le doy un celestial castigo, o aprieto el gatillo y le arranco los sesos, esparciéndolos por su cama como trozos de comida para perros. Yo soy el dios del último eslabón onírico de la cadena del inconsciente de Zysli; y ella nunca lo sabrá, porque aunque la sigue amando, nunca dejará ascender aquello que existe en la inexistencia de su ser.


 Octavio de Cannavis