miércoles, 1 de mayo de 2013

El zaguán eterno.

Enigmático, callado y pálido; ve todo pero no dice nada. Saca conclusiones sin indagar, muestra solo una parte de su rostro y bajo una capucha muy grande se oculta del mundo. Mira para todos lados y cree que alguien lo sigue, se detiene a escuchar el eco de sus propios pasos, y bajando la mirada hace un gesto para el mismo y desaparece fugaz en la niebla.                       
Hace un tiempo que lo observo y aún no lo descifro, lo chequeo y trato de seguirlo, pero mi sombra sobrepasa cualquier cosa, y es demasiado  notoria; siempre que lo intento él lo nota.                     
No me rindo y trato de espiarlo, persuado y manipulo a todo el mundo para que me vendan una pequeña porción de información, tal vez un mísero dato acerca de este misterioso hombre.                                                                                           
En las tardes grises y oscuras, donde cualquiera siente un vacío interno, eran horas doradas para este sujeto. Casi siempre merodeaba  acompañado de una bolsa, que salía vacía y volvía llena.                                                                                          
Logre llegar a su residencia, el hombre no se encontraba allí. Insisto en entrar. Logro treparme por una pared que daba a un zaguán largo. Consigo pasar. En mi camino por ese tétrico zaguán que desembocaba en una oscura puerta, sentía una sensación de malestar y miedo; mi cabeza daba vueltas y sentía que alguien me pegaba en las rodillas. Mis tobillos parecían hundirse en el duro y firme suelo, mientras que mis manos parecían pesar como dos bolsas de piedras.                                                                                 
Mi cuerpo no soporto y caí al piso sin poder hacer nada. En mi agonía trataba de levantarme, pero no me era posible; tuve la sensación de que algo me mantenía pegado al piso, de una manera atrayente y difícil de  deshacer.                     
No resistí la presión y mis ojos expulsaron lágrimas sin cesar, hasta que sentí un vacío que me devoraba por dentro. Estaba consumiéndome, y en ese preciso instante note que ya no estaba allí, ya no pertenecía a lo que sea que tuviera que pertenecer; mi cabeza volteo la mirada con lo las últimas fuerzas vivas en mí y lo vi. Lo más perturbador que había percibido. Mi última imagen fue eterna, inolvidable y horrorosa, pero esas gotas y manchas rojas en sus manos, que salpicaban el pavimento, fueron las que tiempo después encontraron en mí.                           

                                                                 Penny Lane

No hay comentarios:

Publicar un comentario