miércoles, 1 de mayo de 2013

CCIV


“Retratos Imaginarios”

//Notas extraídas de un cuaderno de anotaciones de Cesare Lombroso, Médico, Criminólogo, Malapersona.//

(Entrevistado número 3472, penitenciaria de Turín, 1809)

Abrió la puerta de un golpe. Desde ese momento ya tuve en claro quién era, lo olí enseguida de sus ojos. Sabía que en su mente corría un triste dictador de piernas flacas y ojos caídos, párpados tan pesados como sus pies que tan cansados de rebotar por la tierra se sentían con la autoridad y el deber de imponer orden. Hacer pestañar bien a la gente. La nítida  necesidad de escupir en la frente a las personas que sin darse cuenta pisaron de punta cierto escalón o soñaron una vez con ballet, gente que sentía la música desde sus pies y no desde sus oídos irían a los centros de trata de dementes. Todos pestañaríamos como es debido, como este infeliz manda.

Empezó a hablar de literatura, y en su fauces destellaba cierta malicia al pronunciar nombres, los decía como viejos conocidos, bukowski, murakami, enfermos a los que se saluda por educación, que se los entiende y dan lástima. Sonreía como un chacal muy convencido de tener a su presa en custodia, de alimentarla, herirla, solo por placer. Pero sus dientes eran de cartón-piedra, su lengua, como un cadáver poroso y naranja chasqueaba en el aire, pero su rostro, ya enfermo de prepotencia creía saber que del mundo todo está dicho. Y si, todo está dicho, pero de tu cara, infeliz, de tu cara nadie se tomo el trabajo hasta ahora.

Parecía no estar enterado de lo que pasaba en su boca. Del maxilar izquierdo trepaba un pilar al ojo izquierdo, medio bizco de tanto tapárselo. Anidan sombras en sus uñas. Lunares temblorosos se sumergían en su rasgada epidermis, cada poro era un abismo. Tenía ideas tan distorsionadas y jorobadas como el culo de una botella, y de sus fosas nasales chorreaba un formol que se negaba a abandonar su matriz, tenía ese olor que recordaba a algún experimento venido a menos.

Después estaba su pelo, su pelo no solo era obtuso y conservador, era como un óleo resquebrajado, pero de una manera incómoda, su pelo parecía resistirse a formar parte de él, se podía ver que poco a poco lo abandonaba, mechón a mechón, huían de ese animal enfermo. Las puntas de su cabello terminaban en llanto y lágrimas estancadas. Tenía leves cinceladas a los costados de la cara como pequeñas cárceles incrustadas en su cara. Era una enredadera que se enroscaba en sus labios la prueba de su extravagancia, sin mencionar los andamios y puentes que se tendían de ceja a ceja arbitrariamente.

 Y ahora llega el momento de explicar sus ojos. Esos maníacos y resentidos ojos eran de un color marrón-trampa, no era difícil sospechar que detrás de ellos se destilaban venenos repulsivos, se empollaban huevos rabiosos, ese hombre era una trampa. Sé que era un inquisidor, un doctor y un psicólogo, todos provocados por el mismo laxante. Su corazón debía latir solo de vez en cuando y solo para matar.

Tenía un alma callosa de tanto arrastrarse y tantos golpes. Repudio tu sombra y tu filosofía hasta la horca, perro. Y con esa intención de que todo debía sufrir una nebulosa utilidad. Quería imponer su  sonrisa de paloma, su idioma histérico y agónico.
 Hacía el final,  la conversación empezó a decaer, y yo ya de espaldas leía algo más. Ese desdén , el cual él interpreto como una rendición, era en realidad ,simplemente, una declaración de defunción. Podría haberle avisado de todo esto que tenía en la cara, darle un espejo y aterrarlo. Pero no tiene caso, me volvería un dictador del racionalismo yo mismo, le diría que es y no que puede llegar a ser. Podría decírselo, pero no, mejor no, voy a dejar pasar ese desfile de sargentos, y emperadores asiáticos, y burócratas, y marchas militares, y prospectos médicos, ni siquiera a eso vale darle la tristeza de un espejo.

(Entrevistada número 1385, penitenciaria de Turín, 1834)

Se sentó de mala gana. Sus ojos parecían interminables, reflejaban un carnaval de locuras. Mejor dicho, parecían reflejar un santuario de locuras, lo que era clínicamente peor.  En la entrada dijeron que estaba condenada a la horca, sentí pena por ella. Y yo tengo la desidia de llamarme Lombroso, soy un animal, ellos también me colgarán, lo sé. Ayer los escuché murmurar. El verdugo y el sucio del guardia. Me secuestrarán para siempre. Pero esos perros no me van a atrapar vivo. De eso dejo testimonio. Son unos ilusos si creen poder atraparme. Sus cepos y yugos son inútiles. Voy a vivir en los ojos de esta loca. Voy a proclamar este nuevo santuario mío. Nadie me encontrará allí. Ella se lo llevará en sus lóbulos a la horca, nadie podrá encontrarme luego. Tocaré esa insoportablemente encantadora melodía de saxo, les voy a inundar los oídos de dulce jazz. Al verdugo y al guardia. Nunca van a sospecharlo. Les voy a regalar un poco de vida. Sus cadenas no servirán, solo encontrarán una habitación vacía, un descontrol de habitación, pero vacía. 

Voy a dejar de escribir, sospecho que tienen control de mis informes y los leen con vasos de whisky en la mano.

 Tranquilos, incompletos y solos.

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