A Gastón Tongas Lodos, quien me recuerda la importancia de pensar en todo esto.
A veces sólo me digo a mí misma C' est la vie.
La misma parada de siempre, podrían pintarla alguna vez. Gente, mucha gente acariciando el suelo con sus zapatos, esperando, viviendo. Gente que te quita espacio, te quita juventud, te quita un asiento en el micro. La vida pasa, el oeste 16 no. Es una noche triste, suena Fréderic Chopin, el colectivo por fin llega, vuelve la esperanza. No tenemos la suerte de vivir tan cerca para que nuestros pies nos lleven a lugares impensados. Sonreímos por dentro y subimos al micro. La misma rutina de siempre: saludar al chofer, no recibir saludo, sacar boleto y notar que el crédito de la Sube se está agotando, igual que se agotan los asientos y el espacio, igual que se agota la vida. Conseguimos un lugar entre la gente ¿acaso no dije que ella está aquí también? bueno, lo está. Debatimos si movernos ¿quién diseñó estos micros? esas barandas tan altas, tan amarillas, tan soberbias e inalcanzables, tal vez un fugaz recordatorio de que somos insignificantes; llego a tocarla con la yema de los dedos y no me siento mejor por eso. Prefiero un allegro maestoso, un larghetto o un vivace, prefiero las cornisas y zapatos gastados, las rutas y edificios, o las vías del tren. Prefiero caminar por los bordes donde es más seguro no caerse porque nadie golpea tu espalda, empuja tu cuerpo o te da un codazo. Opto por las cornisas porque te recuerdan que vivir es un atajo. El tiempo sigue pasando, airadamente lento, con ruido, con casas, con Chopin. Llega su parada. Ella baja, yo continuo <ojalá no supiera a dónde>. Me posiciono frente a la ventanilla, ya es de noche y afuera se huele tristeza ¿cómo es posible desde aquí adentro? el jueves está pensativo; me miro, y miro las plazas solas, los autos solos, la gente sola, los semáforos rotos, el vidrio sucio, la señora que duerme. Y por el reflejo noto que detrás de mí hay un hombre de pulóver azul ¿le habrá costado ponérselo? Chopin lo habrá ayudado, él siempre ayuda a todos, me ayuda ahora; y por eso sigo mirando hacia afuera, y él también lo hace ¿o no? Quizás no. Puede que mire su reflejo en el vidrio sucio, o mire que lo estoy viendo a través del vidrio <sucio>. Es extraño, dudo que sea real. Un asiento se desocupa, pero nadie se sienta en él ¿por qué no lo harán? ¿qué tendrá de malo aquel asiento? <yo jamás voy a saberlo> junto al asiento hay un chico con ojos tristes y cabeza apoyada en el vidrio. Siento pena por él <por mí> Parece estar recordando algo ¿será feliz? ¿estará triste o estará cansado? ¿no es lo mismo acaso? aunque sienta pena por él no me siento a su lado, nadie se sienta. Tengo impulsos de llorar, quizás porque falta poco para que algo suceda. No sé bien qué. Vuelvo a mirar afuera y la tristeza sigue ahí, junto con la vida y los árboles. Un hombre me empuja para pasar y noto la increíble coreografía coordinada que hacen los cuerpos en el impulso de pararse y sentarse y quejarse y vivir. Las cabezas todas iguales, mirando hacia la nada que resulta <a veces|> ser algo, y los pies buscando convertirse en algo más, queriendo encontrar una posición interesante. De pronto tiemblo y un brazo me codea <sin querer>. Quizás ya no sienta nada. Veo la luna borrosa y siento que va llegando el final, mi parada. No puede ser ahora, no ahora que pensé en todo esto. Chopin no deja de tocar, arte y libertad, como el teclado y las sabanas transparentes, la lluvia y la soledad, igual que la luna cuando la pintamos con acuarelas rojoamarilloblanco en el ventrículo derecho, con círculos de porcelana roja que dejan entrever las cosas que dejamos, las cosas que perdimos, las que nos olvidamos en un café de Buenos Aires mientras pensábamos que la calle no era derecha y llena de vida como en esa foto que el diario nos mostró. Y nos sentimos mal. Y sabemos que el micro ya está doblando en aquella rotonda y ya no hay marcha atrás; otra vez a la cárcel y al paraíso, de nuevo de nuevo y una vez más. Ya no hay libros, ni casas, ni oestes, ni gente autómata que no siente, que no ve, que no piensa en estas cosas porque no miran a quien los mira por la ventanilla. Ya faltan tres calles, me acerco a la puerta, leo PROHIBIDO FUMAR Y SALIVAR ¿dónde, está sociedad, ha preferido insertar la libertad? De nuevo veo a esa chica que vi la semana anterior ¿nunca dejará de hablar? parece feliz. Dos personas más se acercan a mí, ellos son felices. Un parpadeo y un fluir: Hay toldos y lodos, hay lodas y toldas, y lados y taldas y palas y muertos y tolodas y das, y tol, y el timbre suena. El arte de bajar implica leer la puerta, a través de la puerta, hacia la puerta y bajar. El micro va frenando despacio, ni siquiera logro conocer quién es esa chica de ojos negros que me mira por el reflejo de la puerta, antes de que todo concluya. Me distraje un momento y el micro freno con brusquedad<Al fin> La noche promete tristeza. Comienzo a bajar lentamente, veo a la vida tras un árbol. Ya es tarde, mañana tengo que madrugar. Pero vuelvo a bajar; bajo dos veces a la realidad y a la vereda, y piso el mundo, floto un segundo y mis pies se aploman como dos cisnes taciturnos resignados a caminar. Y así, bajando veo la luna de nuevo borrosa, y camino a casa. Todo termino ya. Mañana será otro oeste 16, mañana será otro... mañana será... mañana ya no es hoy.
Créme de l'air
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