El viento armaba pájaros con tus cabellos
mientras el día se iba a trasluz de tu vestido.
Las olas, viejas fregonas,
lavaban las huellas que dejabas.
Te detenías a veces cerca del muelle
y ese sitio de arena era un castillo palpitante.
Solía seguirte con los pies desnudos
pisando el suelo frío
como quien pisa la cara de un muerto.
Mi desamparo era más que el cielo entristecido
o que la noche que llegaría comiendo mis pulmones.
Vos sonreías a lo lejos y las gaviotas dejaban caer
de sus picos los labios entumecidos de la tarde.
Entonces yo arrancaba mi corazón
lo dejaba en la arena
le clavaba un molinete azulamarilloverderojoblanco
en el ventrículo derecho
y el molinete giraba y giraba
(a medida que me iba yendo)
como velas de un navío piloteado por la soledad.
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