Es martes y es triste. Quizás
hay algo triste en todos los martes. No lo sé. Estoy convencida de que muchas
sensaciones inverosímiles avivan nuestra máquina de recuerdos, y es ahí cuando
lo real se mezcla con aquello que deseamos y sucede aquello que no podemos
describir. No sé qué es, pero todos lo sentimos alguna vez. Aquel recuerdo que
sólo es real en una parte de nosotros aunque sepamos que es una farsa o quizás
al revés. Y me pregunto ¿cómo podemos saberlo? Es como si todo lo que sentimos
en determinados momentos sea arbitrario a una parte de nosotros, una parte muy
especial que se encuentra en un lugar incierto. Entonces ocurre, algo se
acciona en un momento inesperado, y sabemos que todo va a cambiar, aunque al
mismo tiempo no lo sepamos ¿qué es aquello tan extraño? ¿cómo hago para saber
en qué momento va a arribar con su no sé que? ¿por qué solo yo puedo entenderlo
en este momento? Hay algo que sucede a veces y entierra toda esperanza, porque
no podemos preverlo ya que no sabemos si eso realmente existe. Pero es triste,
cuando ocurre es muy triste y no sé porque. Hace de nosotros una hoja de papel
frágil que se consume lentamente por un fuego despiadado y recubierto de
incertidumbre. Ojalá no pasara eso, pero al mismo tiempo hace de la vida un
acontecimiento interesante, porque cuando sentimos eso, cuando aquello ocurre,
juro que no podemos sentirnos más vivos y desear hacer aquello que el miedo
impidió. A veces también caemos en esas grietas de la memoria y los recuerdos
se entremezclan con los deseos ¿realmente mi abuelo era así o solo mi memoria
lo inventa así para mí, para que se llene aquello que está vacío en mí? No lo
sé, cómo si alguien lo supiera. No puedo evitar pensar que a pesar de todo lo
que se ha inventado y desechado, de todo lo que se ha vivido y sentido, aún no
es posible ponerle nombre a “las cosas”, las que sentimos, y mucho menos encontrar
algún antídoto para aquello. Mi máquina de recuerdos está algo averiada,
por momentos mantiene el recuerdo vivo de las cosas que sé que no son reales en
esa parte de mí, y por otro lado falla cuando la necesito, cuando quiero
recordar las edades de inocencia, donde el mundo no era tan cruel ni tan real.
No sé porque no sé qué pasa conmigo cuando ocurren estas cosas, pero sé que no
lo sé gracias a que aun no entiendo mucho de nada, y eso es bueno ¿Quién quiere
saber tanto? Mientras más sabemos más sufrimos y nuestra máquina comienza a
funcionar correctamente ¿Quién quiere eso? ¿Quién quiere mirar siempre al
frente y vivir con seguridad? ¿Acaso no es mejor caminar por una cornisa, con
miedo, con incertidumbre? Pero tan concentrados en nuestro objetivo que no
podemos caernos, ni evitar esas cosas que vienen con todo esto ¿acaso no
nacimos llorando, gritando, pateando? ¿no fuimos siempre así desde que vimos el
mundo por primera vez? si todo a lo que aspiramos realmente no existe, ni mucho
menos dura. Las únicas utopías verdaderas son las que crea la máquina de
recuerdos, en ese lugar seguro que vive dentro de nosotros y no sabemos dónde
buscarlo ¿ahora lo sentís? ¿lo estás buscando en este momento? Deberías. La otra opción
es terminar como todos y esperar.
Créme de l'air
martes, 30 de julio de 2013
jueves, 25 de julio de 2013
Vos sonreías.
El viento armaba pájaros con tus cabellos
mientras el día se iba a trasluz de tu vestido.
Las olas, viejas fregonas,
lavaban las huellas que dejabas.
Te detenías a veces cerca del muelle
y ese sitio de arena era un castillo palpitante.
Solía seguirte con los pies desnudos
pisando el suelo frío
como quien pisa la cara de un muerto.
Mi desamparo era más que el cielo entristecido
o que la noche que llegaría comiendo mis pulmones.
Vos sonreías a lo lejos y las gaviotas dejaban caer
de sus picos los labios entumecidos de la tarde.
Entonces yo arrancaba mi corazón
lo dejaba en la arena
le clavaba un molinete azulamarilloverderojoblanco
en el ventrículo derecho
y el molinete giraba y giraba
(a medida que me iba yendo)
como velas de un navío piloteado por la soledad.
mientras el día se iba a trasluz de tu vestido.
Las olas, viejas fregonas,
lavaban las huellas que dejabas.
Te detenías a veces cerca del muelle
y ese sitio de arena era un castillo palpitante.
Solía seguirte con los pies desnudos
pisando el suelo frío
como quien pisa la cara de un muerto.
Mi desamparo era más que el cielo entristecido
o que la noche que llegaría comiendo mis pulmones.
Vos sonreías a lo lejos y las gaviotas dejaban caer
de sus picos los labios entumecidos de la tarde.
Entonces yo arrancaba mi corazón
lo dejaba en la arena
le clavaba un molinete azulamarilloverderojoblanco
en el ventrículo derecho
y el molinete giraba y giraba
(a medida que me iba yendo)
como velas de un navío piloteado por la soledad.
domingo, 14 de julio de 2013
El Quijote del olvido.
Hay algo totalmente extraño en todo esto. Estoy muy acostumbrada a que mis libros desaparezcan, como también lo estoy al hecho de que las páginas estén dobladas sin razón alguna o quizás manchadas de una sustancia amarilla que aún no logro descifrar que es. Pero eso sí, no estoy demasiado acostumbrada a que páginas de libros queden en blanco. Así es, en blanco. El suceso extraño comenzó el viernes. Siempre suelo revisar mis libros viejos, a veces hasta encuentro cosas muy interesantes en ellos, aunque ese día supero por completo mis expectativas. Esta vez el afortunado fue Cervantes con su extenso Don Quijote. Recuerdo haber leído el libro unas cuatro veces y jamás, en el recorrido por las amarillentas páginas, había notado semejante detalle. La cuestión era que la página quinientos cuarenta estaba totalmente en blanco, lo que en primera medida me resulto extraño ya que la mayoría de las páginas suelen estar amarillentas y si unas cuantas palabras deciden esfumarse lo más sensato es que la hoja mantenga el color de las demás por más que no contenga un texto. Obviando ese detalle, intente concentrarme en buscar una explicación lógica para entender porque mi libro, mi amienemigo libro, mi viejo y gastado (y amarillento, y usado, y escrito y tediosamente extenso) Quijote contenía una hoja en blanco. Volví a tomar el libro, haciendo fluir sus viejas páginas entre mis dedos y note, muy alteradamente, que la página quinientos cuarenta y uno también se hallaba relucientemente blanca y carente de texto. Cerré el libro con fuerza, suspire profundamente y volví a abrirlo con rapidez en la página quinientos cuarenta y tres para comprobar que esta también estaba en blanco. Sentí un agudo dolor en el pecho que me dificultaba respirar, mientras mi mente divagaba y me sentía caer. Caía, desesperadamente caía y no podía hacer nada por evitarlo. Pero no era así. Allí estaba, parada viendo como el libro caía con sutileza de mis manos, pero sentía que era yo la que estaba desplomándome, hasta sentir el duro golpe contra el suelo que impacto en mis sienes. Volví en sí. Me sentía yo misma. Tome el libro con fervor y comencé a arrancar sus páginas, entonces me di cuenta de que todas estaban en blanco, pero no me importo y continué en la tarea de asesinar al Quijote. Luego de consumar mi apasionada destrucción, queme la evidencia y la enterré en mi jardín. Ese día, a pesar de todo, me sentí perfectamente feliz. No sentí demasiados remordimientos por lo que hice, y recordé… But I really didn’t mind because I knew that it takes getting everything you ever wanted and then losing it to know what true freedom is. When the people I used to know found out what I had been doing, how I had been living- they asked me why. But there’s no use in talking to people who have a home, they have no idea what its like to seek safety in other people, for home to be wherever you lied you head. I was always an unusual girl, my mother told me that I had a chameleon soul. No moral compass pointing me due north, no fixed personality. Just an inner indecisiveness that was as wide as wavering as the ocean. And if I said that I did’t plan for it to turn out this way I’d be lying- because I was born to be the other woman. I belonged to no one- who belonged to everyone, who had nothing- who wanted everything with a fire for every experience and an obsession for freedom that terrified me to the point that I couldn’t even talk about- and pushed me to a nomadic point of madness that both dazzles and dizzied me.
En ese momento pensé en que mi pasión se hallaba perdida en mis arrabales olvidados, cubiertos de dolor y de algo llamado “el in-olvido” que no me deja ser inmortal y mucho menos me permite esconderme en SU memoria para que me recuerde.
Créme de l'air
En ese momento pensé en que mi pasión se hallaba perdida en mis arrabales olvidados, cubiertos de dolor y de algo llamado “el in-olvido” que no me deja ser inmortal y mucho menos me permite esconderme en SU memoria para que me recuerde.
Créme de l'air
viernes, 5 de julio de 2013
Un viernes Charly Parker.
Viernes. Un viernes tan Charly Parker y tabaco que da pena. Un viernes tan pena que da Charly Parker y tabaco. Una pena tan Charly Parker que da tabaco y viernes. Sobre todo da viernes. Un viernes es un tesoro maldito, de esos por los que vale la pena dar la vida. Y sin embargo, ahí va una más de las noches perdidas, esas que jamás van a ser invocadas en la frases "te acordás de la noche que...". La ceniza cae del hastiado cigarrillo directamente al suelo, e igual de hastiado el humo hace círculos en el aire que se desintegran del hastío. Condenada ciudad gris hastío, hoy tus rincones no serán recorridos. Andate a dormir temprano, lo único que recibirás serán cenizas. Y humo. Humo gris, humo trompeta Parker, humo Don't Blame Me. No me culpes querido humo, yo no quise. O si, si quise. Quise y no quise. Quiero y no quiero. Quiero vivir, no quiero pagar el precio. Quiero ser la Maga, pero no quiero a Oliviera. No quiero que me haga sentir tonta, ni que me oiga desafinar. Y seguiré así hasta que la última ceniza caiga del último cigarrillo de esta vida y de pronto todo deje de ser, simplemente deje, simplemente, simple. Y qué tanto problema si quiero desperdiciar la vida buscando quimeras de sal, y qué si estoy en una pecera y esa pecera en realidad es el vaso que uso para tirar las colillas de cigarrillo. Si mi pecera apaga el incendio del vaso. Si mis quimeras apagan el incendio de TU vaso. O a caso será que la vida es saltar de vaso en vaso, apagando con nuestras quimeras los incendios de los vasos ajenos? En ese caso, de muy buen agrado pondría en la puerta de mi casa un cartel que diga "vengan, hay muchos incendios que apagar en mis vasos". Pero punto y seguido me vería en la obligación de poner otro que diga "Todo el mundo es libre de avivar los incendios" Porque es la verdad. O vos te animás a decirme que podés apagar todos tus incendios? Te animás a decirme que querés apagarlos? Hay veces que pienso que así, muy a la que te criaste, uno tiene que elegir cuál de todos estos, nuestros condenados incendios, merecen la pena. Y que hay una fórmula mágica para desentrañar cada pedacito de fuego y unirlo a la llama máxima del vaso, la llama que nunca debe ser apagada, porque te quiero ver viviendo sin siquiera un poquito de fuego adentro, qué aburridos los lunes de oficina y los zapatos lustrados y el batallón de miércoles de toda una vida con vistas a un viernes sin Charly Parker ni tabaco, y fines de lucro y domingos de ravioles para calzarse la careta gris de los lunes de oficina otra vez. C'est l viè mi querido, ojalá nunca te pase. Buscar y buscar por todos los rincones, esa búsqueda de viernes a la noche que me haga pensar que soy infinita, y que nunca me va a llegar la oficina ni los zapatos de vestir. Deambular por cada pedazo de ciudad, tener miedo, pero un miedo de juguete. Ese miedo que sólo se encuentra un viernes a la noche. Decirle hola a un desconocido, y terminar sabiendo que ese desconocido en el fondo soy yo misma, que ando buscando la inmortalidad en un vaso con fuego adentro, un vaso que tiene otro, y que es un poquito mio, como yo soy de todos los demás. La fórmula. Andá a saber. Yo, por si las moscas, sigo buscando, y en una de esas la encuentro, y no habrá más penas ni olvido. Qué suerte que de vez en cuando, llama a mi puerta un viernes Charly Parker!
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