A pesar de mis intentos de alejarlo, el insomnio siempre termina ganando la partida. Deduzco que la partida de la vida, aunque en la madrugada es difícil saberlo. No me es posible recordar cuándo fue la última vez que dormí bien, con ganas, proyectando una escapatoria saludable al agotamiento de lo cotidiano. No hay una conexión precisa entre lo que pienso ahora y lo que olvido pensar, pero que sin duda estoy sintiendo.
En unas horas tengo que levantar a Raúl, y a los chicos también. Si yo no los despierto no se levantan ni con el mayor barullo. Ya me acostumbré. Me resigné, mejor dicho.
Todos los días es igual. Despierto a todos, les hago el desayuno, le plancho la camisa a Raúl, me lavo los dientes última que todos, y a trabajar a la escuela rural. Pero hoy no tengo ganas. Hoy me desperté queriendo hacer algo más, queriendo ser otra, no ser mujer. Por eso me puse a escribir, quizás así encuentre una salida a este loquero de emociones.
Lo cierto es que estoy muy cansada, de cocinar, limpiar, planchar, lavar la ropa, los pisos, el baño, de cambiar-bañar-darle de comer a mis hijos, a los perros, me cansé. Todo es doble para mí, ya me lo dijo mamá de chica "Vos sos mujer, es lo que te tocó". Y sin embargo, yo no quería nada de eso, nada de esto. Todo lo que soy, lo que fui y seré nunca me gustó, y a pesar de eso me resigno. Y no soy la única. En el fondo creo que toda mujer se resigna, a ninguna puede gustarle todo esto. Ser el sostén real de una familia, ser el punto inicial desde el cuál el tejido comienza a armarse, dar vida a otros y dar la vida por los otros, tener que ser la que está siempre, porque así es, porque así alguien lo quiso alguna vez.
Y sé que mis penas no pueden pasar de esta hoja de papel. No puedo quebrarme o todo se quiebra. Debo cargar con la responsabilidad de ser lo que soy y no lo que quiero ser. No puedo ser libre. Nunca lo fui, ni lo seré. No sé si existe o no la libertad, pero sí sé que no estoy (y no estaré nunca) ni remotamente cerca de llegar a ella, o a una versión idealizada de ella.
Ella está cansada. Yo también: de esperar. Un cambio, por supuesto. Un simple gesto de ayuda. Un "Hoy te ayudo a cocinar", "Hoy lavo los platos". Yo cocino y Raúl mira tele, yo lavo los platos y Raúl mira tele, yo limpio el baño y Raúl mira tele. Yo nunca miro tele, perdí el interés. Vengo de trabajar y comienzo mi segundo turno en casa, y Raúl mira tele.
Esto jamás va a cambiar. Pero lo cierto es que estoy muy cansada. No puedo crear más que quejas y lamentos. Él me arruino por dentro, y por fuera lo fui haciendo yo. A veces estoy demasiado cansada para peinarme, para querer maquillarme o cambiarme de ropa. Ya no me interesa verme bien, sólo estoy en casa con Raúl y los chicos. Y a ellos no les importa. Ellos piensan que está bien. Mamá hace todo y ella está bien ¿A quién se le ocurre pensar que mamá no va a cocinar, no va a lavar los platos, no va a darle comida al perro, a quién se le cruza por la mente tal disparate? A mamá sí, todo el tiempo se le cruza por la mente. Mamá poco a poco se desgasta y quiere crear, pero está muy cansada para todo. Mamá ya no pinta como antes, se le acabó el tiempo, mamá no escribe, no tiene buenas ideas, mamá es sólo capaz de quejarse en una hoja de papel, de anotar sus penas en una libreta amarillenta que oculta junto a libros de cocina que jamás leyó, sus días calcados de la más barata y predecible vida humana y femenina. Mamá está muy cansada, y se pregunta cuánto más.
Ya no puedo crear, salvo este misero documento que escribo en la madrugada de un lunes, cuando estoy demasiado triste para dormir y demasiado cansada para seguir escribiendo. No me queda otra opción que una pastilla que me devuelva el sueño, la verdad es que sino no aguanto hasta la noche y Raúl siempre quiere cenar tarde, no aguantaría sino no duermo aunque sea cuatro horas.
Lo cierto es que ya no puedo crear, y estoy muy, muy cansada.
Créme de l'air...
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