decimonónico,
ca.
Perteneciente o relativo al siglo XIX. Anticuado, pasado de moda.
Xecilia: -No llores, llorar no sirve.
Kleopa: -¿Qué más puedo hacer?
Xecilia: -Yo sé porque te lo digo, llorar no sirve.
martes, 4 de marzo de 2014
sábado, 1 de marzo de 2014
Gente común.
Ella es Luisa. Una chica común, como vos, como yo. Flequillo mal cortado, cara redonda, dedos de uñas comidas, hombros caídos. Común. Se levanta a la mañana, se lava los dientes, se mira en el espejo sucio del baño y le hace caras, por lo general se ríe de ella misma. Se prepara el mate, con la inevitable condición del agua hervida, le pone 3 cucharadas soperas de yerba, (ni más, ni menos) y justo en ese mismo momento se da cuenta que está llegando tarde a donde sea que tenga que ir, se toma un mate a las apuradas, se quema, maldice al cielo, se tira al piso, simula su muerte, vuelve a levantarse, mira el reloj, es aún más tarde, busca la llave que por supuesto perdió en algún recóndito lugar de la casa, la encuentra, vuelve a sonreír, saluda a su gato, le pide que no la extrañe, y se va. Se va pensando que llega tarde, que no le importa, se va. Pasa el día, vuelve, se sienta, se dispone a tomar mate de verdad, con agua hervida y 3 cucharadas soperas de yerba y qué buena es la vida. Normal. La rutina la aplasta, pero ella lo ignora. Luisa lava, fuma, estudia, desespera. Lo mismo que vos. Le llega la noche, la duerme, la sueña, y al otro día la yerba. A Luisa la vida le pasa. LE PASA, y no lo lamenta. No tiene tiempo. Como vos, espera el fin de semana, espera el viernes a la noche y el abanico de posibilidades y te acordás de. Sí, Luisa es una chica normal, sueña con cambiar el mundo, y teme que el mundo la cambie a ella. A veces, cuando nadie la ve, prende un cigarrillo, solamente para ver la lenta metamorfosis, las cenizas, las espirales de humo. Lo fuma y se aterra cuando ve el recorrido de la voluta de humo, ve que la envuelve, que la eleva, que de pronto todo es gris humo de cigarrillo, que le pasan por los ojos imágenes que inventó de su infancia, fotos de cuando fue a París y se le cayó el sombrerito de colores desde el tren, fotos del día que conoció el mar y era azul y no lo distinguió del cielo y lloró. Cuando se cansa, sacude la voluta de humo y vuelve a la tierra. Ya lo ves, nada del otro mundo. Si alguna vez la cruzás por la calle, no te llamaría ni la más mínima atención. Posiblemente ni siquiera la recordarías, porque no es digna de recuerdo. Y seguramente, no te darías cuenta que adentro de Luisa crece un león. Crece, así sin más, como una plantita. Crece. La última vez que hablé con ella, me contó que había días que estaba insoportable. Que el león se apoderaba de ella y le hacía decir cosas que no podía reproducir, que la espantaba. Pero que no entendía cómo, a su vez la encantaban. Que el espejo, en vez de devolverle la cara de Luisa de todos los días, le devolvía una melena encrespada y una mirada asesina. Entonces se excusaba de la vida con alguna enfermedad orgánica, no te preocupes vieja, ya tomé el ibupirac, no vieja, no necesito conseguirme un novio, quedate tranquila que es la cabeza. Y empezaba la guerra. La casa se transformaba en una selva de cemento y plantas, su gato la miraba desde su cómoda posición, acostado arriba de la mesa. Ya se había acostumbrado a las guerras de la Luisa-león. El león Luisa mira al mundo con otros ojos. No le teme a que el muy ingrato lo cambie, es salvaje, es poderoso, ruge por placer, salta porque puede, ríe porque elige reír. Nadie lo obliga a nada, ni siquiera él mismo. Su vida sería soberbia, gobernaría por sobre el mundo si ese fuera su deseo, aboliría de un zarpazo la vergüenza y el odio, prendería una fogata en todos los hogares, solo para que no olviden que es tan real como cualquiera. Sí, el mundo sería mejor si el león.. Pero no, no va a suceder. Porque hay una sola cosa que no puede hacer, y es tomar el control de Luisa. Nadie entiende muy bien por qué, pero nunca pudo ganarle la guerra, ocupar su cuerpo, tomar el control de su mente, dejar de ser Luisa-León, para solo ser León. Luisa se levanta del suelo, agotada de pelear. Prende la hornalla, pone la pava, tres cucharadas soperas de yerba, hierve el agua, se quema la lengua, se tira al piso, maldice al cielo, simula su muerte...
A veces, tengo tantas ganas de que gane el León..
A veces, tengo tantas ganas de que gane el León..
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